Canaán
Canaán (en fenicio: , en hebreo: כְּנַעַן, en árabe کنعان, en griego Χανααν [janaán]) es la denominación antigua de una región del Próximo Oriente, situada entre el mar Mediterráneo y el río Jordán y que abarcaba parte de la franja sirio-fenicia conocida también como el Creciente fértil. En la actualidad se corresponde con el Estado de Israel, la Franja de Gaza y Cisjordania, junto con la zona occidental de Jordania y algunos puntos de Siria y Líbano. Sus límites estarían desde la antigua Gaza al Sur hasta la desembocadura del río Orontes al Norte, englobando todas las tierras no desérticas del interior, hasta una profundidad de unos 150 km desde la costa del Mediterráneo, algunos kilómetros más allá de la ribera oriental del río Jordán.
Uso del término
El marco temporal para la utilización del término Canaán suele estar comprendido desde el año 3000 a. C. hasta que los romanos, durante su extensa dominación, le cambiaron el nombre por Palestina como represalia inmediata contra los hebreos tras sofocar su rebelión de los años 132 a 135.
En el Diccionario hebreo Strong, «cananeo» recibe el significado de ‘mercader’, ‘traficante’. «Cananeo» llega a ser símbolo de ‘mercader’ (ver Proverbios 31:24 y Job 41:6).
El pueblo cananeo era adorador de dioses tales como El (Dagan), Baal y Asera, y eso implicaba una forma de vida repudiada por los hebreos (que invadieron Canaán destruyendo varias ciudades por considerarlo un mandato de Yahveh).
El propio nombre de "IsraEl" significa "el que lucha con(tra) El", es decir contra el Dios de los cananeos.
Existen otras denominaciones para referirse a la misma región, o partes de ella, si bien asociadas a las mismas entidades geográficas e históricas, tales como Palestina, Tierra de Israel, Judá, Fenicia, Aram, Siria, etcétera. También eran cananeos los fenicios e importantes ciudades que fundaron en el Mediterráneo occidental, como el caso de Cartago.
La Biblia en los evangelios de Mateo y Marcos se destaca Simón el Cananeo, refiriéndose al apóstol Simón, uno de los doce discípulos directos de Jesucristo y que luego sería san Pedro. Ese nombre ha sido interpretado como su conocida descendencia respecto de este pueblo.
Historia
Canaán es una zona con una larga historia, que remonta su ocupación hasta las fases neolíticas más tempranas, con importantes asentamientos a lo largo del tiempo, como Jericó, Ugarit, Jerusalén, Tiro, Sidón, Biblos, Damasco o Gaza. Fue habitado por pueblos muy diversos, como amorreos, jebuseos, hicsos, filisteos, fenicios, arameos, hebreos (y sus descendientes los judíos).
Primeros semitas
A partir de la primera invasión semita en la región (ca. 3000 a. C.) existe unidad de organización, urbanismo, arte militar, etc., entre todas las ciudades de Canaán y las de la zona montañosa de Judea; su historia es común, con pequeñas vicisitudes peculiares de cada ciudad.
Estos ocupantes parece ser que entraron por el este. Las ciudades que de ellos conocemos, tanto en la zona montañosa como en las llanuras y costas, coinciden en la solidez de sus muros defensivos, como los de `Ay, Tirsah, Jericó, Dotayn, etc.; además son de bastante extensión, lo que indica una población urbana numerosa con toda la complejidad de servicios y el consiguiente desarrollo económico.
En el trazado de las ciudades hay un destacado interés urbanístico: alcantarillados, calles rectas y bien trazadas, armonía de edificios públicos con las viviendas particulares, etc. Esta disposición urbanística es nueva por completo en Canaán y exige una fuerte autoridad interna. Desgraciadamente faltan los documentos escritos que permitan reconstruir la historia durante los casi nueve siglos que duró esta civilización sin variantes.
Parece ser que la principal fuente de riqueza es la agricultura de los campos inmediatos a las ciudades: regadíos, como los de Jericó, o secano bien explotado, como en el caso de `Ay. Pero su posición era estratégica: era un enclave frente al Mediterráneo, y territorio de paso entre las diversas potencias: Egipto; Asiria-Babilonia; los Hititas... Esto propició una nueva fuente de riqueza: el comercio. Las destrucciones totales de las ciudades hablan de las conquistas guerreras de las mismas. Aun así, las destrucciones no suelen ser totales, y los mismos pobladores rehacen las partes dañadas de las ciudades al desaparecer el peligro que las aquejaba.
Los amorreos
Poco antes de finalizar el tercer milenio, una nueva incursión de gentes de vida nómada, al menos aparentemente, destruye casi por completo las ciudades de la zona montañosa, aunque las del llano, menos conocidas, puede que no sufrieran tanto, especialmente las bien conocidas de Fenicia, como Biblos. Ordinariamente se considera amorreos a los nuevos invasores. Los descendientes de los pobladores de las antiguas ciudades, muy mermados en su número, pronto volvieron a reconstruir las antiguas ciudades de la zona montañosa, en menor tamaño, con otras técnicas defensivas y sin tanta atención urbanística.
Según la Biblia (y sin que haya respaldo científico del dato) este pueblo descendía del cuarto hijo de Cam, el más joven hijo de Noé (Génesis 10:16). Grupos de ellos moraban en Hazezontamar, o En-gadí, al oeste del mar Muerto, y fueron atacados por Quedorlaomer en los días de Abraham (Génesis 14:7). En aquel entonces, la iniquidad de los amorreos no había llegado aún a su colmo (Génesis 15:16, 21). Siendo la tribu más dominante y la gente más corrompida, algunas veces los amorreos son tomados como representantes de los cananeos en general (Génesis 15:16; 1 Reyes 21:26).
Los documentos egipcios ya hablan de expediciones guerreras en Canaán, aún no conocida por este nombre; entre estas expediciones hay que destacar la de Sesostris III (ca. 1850 a. C.).
Los hicsos
Durante los siglos XVII y XVI a.C. los hicsos dominaron Egipto, y controlaban también a Canaán; hasta se han hallado en los estratos correspondientes a su ocupación más escarabeos y cerámica suya que en las propias ciudades egipcias. Con los hicsos se introducen, por razones militares, nuevas técnicas en las ciudades; los muros, que ya no eran tan sólidos como en la época anterior, se refuerzan con los característicos glacis hicsos, y las puertas son de tenaza. La opresión de los más poderosos sobre las mayorías se hace notar: es apreciable una mayor diferencia entre las viviendas de los nobles y las de los semi-siervos que las rodean. Con la decadencia de los hicsos coincide la llegada de una nueva oleada de pobladores, esta vez del norte y de origen indoeuropeo: los hurritas.
Los hurritas
Los hurritas llegarán a establecerse de tal forma en Canaán, que en los documentos egipcios de la época pasa a llamarse huru, país de los hurritas. El comercio florece y no sólo de productos manufacturados, sino especialmente de materia prima para la industria artesana: los colorantes para la cerámica, los minerales traídos desde muy lejos; pero el bronce es usado principalmente para fines bélicos: armas y armaduras.
La prosperidad económica y el incremento de la población a lo largo de este periodo (1750-1550 a. C.) es patente en las excavaciones de los estratos correspondientes. Y dado que el comercio es el motor de esa bonanza se hacen más numerosas las ciudades. Algunas surgen totalmente de nuevo, otras se repueblan. El dominio hurrita fue desmontado en Canaán por los grandes faraones egipcios del Imperio Nuevo. Tutmosis III, ya en el siglo XV a. C., invadió triunfalmente Canaán por el camino del mar, ocupando Yajó (Joppe), Lidda, Gezer, Megiddo y Ta'ának, convirtiendo en feudatarias a todas las ciudades.
Los hititas
Pero otro imperio surge al norte, en Anatolia: los hititas, que saldrán al encuentro de los egipcios y aprovecharán cualquier debilidad del poder faraónico para llevar su influencia hacia el sur, estableciendo cabezas de puente incluso en Canaán y la parte montañosa de Judea. Cuando decaen los imperios, las rencillas entre los nobles cananeos y unos grupos misteriosos de hombres armados, los hapiru, impiden la paz: decae la cultura y reina el miedo. Se compra lo que la falta de paz no permite fabricar, aumentando las importaciones, incluso de cerámica.
Los egipcios
La descripción de Canaán en las tablillas de Tell el-Amarna, archivo de estado de Ajenatón (Amenofis IV), no puede ser más desoladora: la anarquía se apodera de Canaán en el siglo XIV a.C. Los faraones de la dinastía XIX, a fines del siglo y principios del siguiente, intentan restablecer el dominio del vital paso de Canaán, pero el neo-imperio hitita les sale al paso hasta que Ramsés II consigue un tratado de paz perpetua, tras la batalla de Qadesh, con la delimitación de las mutuas esferas de influencia: el actual Nahar al-Kalb, río que desemboca entre Biblos y Beirut, separará las regiones dominadas por los hititas, al norte, de las feudatarias de Egipto, al sur; queda por tanto Canaán bajo la dominación faraónica una vez más. Pero este acuerdo había de durar poco por la decadencia respectiva de ambos imperios, que no tardó en llegar (ca. 1250 a.C.).
Los Pueblos del Mar
Nuevos invasores se presentan en Canaán: los "Pueblos del Mar" desembarcan en las costas y con sus armas de hierro, una vez deshecho el monopolio hitita al derrumbarse el imperio de Jattusas (Bogazköy), se adueñan de la costa de Canaán. Los estudiosos de la biblia del siglo XIX identificaron la tierra de los filisteos (Filistea o Plesheth, con el significado hebreo de "invasores") con Palastu y Pilista de las inscripciones asirias, según el diccionario de la Biblia de Easton (1897). Otros grupos además de los filisteos eran los tjekker, dananeos y shardana; el contraataque de Ramsés III destruyó la mayoría de los sitios cananeos. El mismo faraón permitió más adelante a los filisteos y tjekker, y posiblemente también a los dananeos, reconstruir las ciudades del camino costero.
Los filisteos pronto adquirieron las costumbres de los habitantes locales. En su búsqueda de riquezas, no dudaban en disputarle el dominio de los territorios al norte de Judá a los hebreos. Se transformaron en una amenaza para Israel (1ª Sam 9:16). Las cinco ciudades filisteas principales eran Gaza, Ashdod, Ekron, Gath, y Ascalón. Los israelitas logran con el tiempo dominar todo el territorio, aunque precisamente el antiguo Canaán, la zona costera, será lo último en caer en sus manos. Con esta victoria finaliza la historia de antiguo Canaán.
Las tribus hebreas
Las tribus hebreas iniciaron la conquista de Canaán hacia 1400 a. C. Fue un proceso lento, que duró varios decenios, y en el que los cananeos fueron finalmente expulsados o bien se fundieron en muchos casos con las tribus israelitas, lo que dejó una impronta cananea en éstas. La Biblia hebrea identifica a Canaán con el Líbano (principalmente con la ciudad de Sidón) pero extiende la denominación «Tierra de Canaán» hacia el sur, a través de Gaza hasta el «Río de Egipto» y hacia el Este hasta el Valle del Jordán, todo lo cual coincide con la «Tierra Prometida» de los judíos. Los hebreos crearon una genealogía para los pueblos cananeos: según la Biblia, los cananeos eran los descendientes de Canaán, hijo de Cam.
No haréis como hacen en la tierra de Egipto, en la cual morasteis; tampoco haréis como hacen en la tierra de Canaán, a la cual os llevo.
Levítico 18:3.
El propio nombre de "IsraEl" significa "el que lucha con(tra) El", es decir contra el dios (ídolo) de los cananeos.
Jacob y sus descendientes (israelitas) se caracterizarían por luchar contra aquellos ídolos y por lo tanto adorar al Dios único Yahvé. Entre los hebreos, decir "Raza de Canaán" era equivalente a un insulto (Daniel 13:56). Durante siglos, el pueblo de Israel lucharía contra la idolatría (los dioses del materialismo como El, Baal, Asera...).
Aunque con altibajos, sus líderes y el pueblo todo pudieron conformar una sociedad que vivía según los preceptos de Dios Yahvé. Esto finalmente lo consiguieron durante los reinados de David y Salomón. Precisamente Salomón (a los cananeos) los hizo tributarios (1 Reyes 9:20, 21; 2 Crónicas 8:7, 8). Entonces muchos cananeos se habrían refugiado en Tiro y más tarde habrían emigrado a las colonias fenicias situadas en el norte de África.
Pero algunos siglos después de esa etapa salomónica, los reyes de Israel (como Acab), se comportaban «de manera abominable, yendo tras los ídolos, conforme a todo lo que hicieron los amorreos [cananeos], a los cuales expulsó Yahvé ante los hijos de Israel» (1 Reyes 21:25,26).
Ya en la época de dominio persa, el nombre de «cananeo» pasó a designar al «fenicio de Tiro», como sinónimo de ‘negociante’ o ‘mercader’:
¿Quién decretó esto sobre Tiro [...] cuyos negociantes eran príncipes, cuyos mercaderes eran los nobles de la tierra? Isaías 23:8.
Aspectos culturales
Canaán se destaca por su cultura escrita y su literatura. En las excavaciones se han hallado documentos, prácticamente contemporáneos, escritos en egipcio, acadio, y dialectos semitas cananeos en distintos sistemas de escritura. Estos últimos procedimientos se caracterizan por simplificar los complejos métodos extranjeros, el jeroglífico egipcio y el silábico cuneiforme que tienen uno y dos millares de signos, respectivamente, y con frecuencia diversas lecturas para un signo. La primera simplificación es el silabario de Biblos, que totaliza un centenar aproximado de signos diferentes.
El alfabeto
Pero el gran hallazgo es el alfabeto, al que se llega por dos caminos: el cuneiforme de Ugarit, con sus consonantes y el alef con los tres sonidos vocálicos, y él alfabeto del sur o cananeo propiamente dicho, que se inicia en las inscripciones encontradas en Serabit el-Jadim y dará origen, desde sus signos originariamente egipcios, al cananeo, o triangular o linear, del calendario de Gezer o de la inscripción de Áhiram de Biblos. De éste se derivarán el alfabeto griego y el abecedario latino. La lengua cananea es un dialecto arameo, muy próximo al hebreo. En los textos ugaríticos, muy abundantes se ve que conserva algún elemento enriquecedor, perdido por el hebreo, como son los casos del nombre, y que coinciden en líneas generales con las grandes lenguas semitas, árabe y acadio.
Arte
Las excavaciones arqueológicas han permitido conocer el arte de los cananeos. En general es muy pobre; no hay arquitectura monumental ni preocupación por embellecer los edificios con motivos ornamentales. Llama la atención la pobreza de los templos o palacios, sin capiteles en sus columnas, sin entallados en las puertas, etcétera. La escultura queda relegada, ordinariamente, a relieves y pequeñas figuras, casi siempre de dioses, y a trabajos de marfil y modelados de cerámica y terracotas. La mayor pieza hallada en Canaán entre las esculturas de piedra es el ídolo del templo de Hasor de la época del Bronce Reciente (ca. 1500 a. C.) que no llega al tamaño natural. Los idolillos y exvotos hallados en los santuarios, especialmente baales de Ugarit, y tablillas de la diosa de la fecundidad halladas en todas partes, nos hablan de un arte de origen remoto mesopotámico, pero de ejecución egipcia. Tanto los idolillos como las plaquitas son de algunos cm de altura. Una excepción puede ser la estela de la diosa serpiente de Tell Bayt Mirsim. Los marfiles tallados recuerdan los egipcios, aunque ya se ven influjos mesopotámicos e incluso elementos de los nómadas del próximo desierto.
Religión
El panteón cananeo estaba presidido por el dios Ël o Il (Elohim, en hebreo), dios decano de los nómadas y, por ende, con funciones eminentemente éticas y sociales. Es descrito como tolerante y benigno: recibe los títulos de «padre de los dioses», «rey», «padre de los hombres», «creador de las criaturas», «amable», «misericordioso» y «toro».
El culto al dios Ël era propio de los pueblos cananeos en el siglo XXII a. C. Luego se difundiría entre asirios y babilonios. Era la deidad principal, el rey, creador de todas las cosas, el juez que dictaba lo que debían hacer tanto los hombres como los dioses.
Dadas esas características, para algunos, El era el apelativo con que se designaba por antonomasia a Dagan (dios de los cereales).
La palabra dagan se traduce como ‘grano’, ‘trigo’ o ‘semilla’; si se derivase del hebreo antiguo dag, podría significar ‘pez’. Esto último motivó la errónea interpretación de Dagan (cereal) como el dios pez (Dagón entre los fenicios). Se podría admitir que en el transcurso del tiempo, a lo largo de la orilla mediterránea, se desarrolló una concepción y representación doble de Dagón como resultado de la supuesta doble derivación del nombre.
A su vez era considerado como padre de Baal. Las representaciones de Baal era también un toro joven (becerro). En Ugarit el templo de Dagan y el de Baal estaban juntos.
Baal (b’l, dueño o señor) era una designación general que pasó a constituir la denominación de Hadad, el dios de las lluvias, convertido en el «dueño» o «Señor» por antonomasia en una sociedad agrícola que vive pendiente de las lluvias para lograr las cosechas. En las tablas de Ugarit figura también como el esposo (o hijo) de la diosa Asera (la madre de todos los dioses, la esposa celestial). En Canaán el rey era nombrado «siervo de El». Esto describía el estatus de los reyes antiguos como ejecutores de la voluntad divina. Este título era visto como un privilegio y como una carga.
Las cartas de Tell el-Amarna (aproximadamente 1480-1450 a. C.) han aportado los nombres cananeos de Yamir Dagan y Dagan Takala (gobernantes de Ascalón), lo cual da testimonio de la antigüedad del culto a Dagan entre los habitantes de Canaán, e introducida en Egipto en época de los hicsos.
Los antiguos hebreos habían vivido en Egipto bajo la influencia del culto a El (difundido por los hicsos). Esos dioses impregnaban la vida del pueblo (según Ezequiel 20:8).
Una vez en su Tierra Prometida, los hebreos quedaron rodeados de pueblos que adoraban al mismo dios El-Il-Dagan y a su hijo Baal-Hadad-Hammon. Los líderes hebreos justificaban sus guerras de aniquilamiento contra los pueblos vecinos como el único medio para desechar el culto pagano a «los Baales» para servir al dios único Yahvé, que les permitiría vivir en un ámbito de justicia, verdad, rectitud y compasión, conceptos que los hebreos aplicaban a sí mismos, mientras afirmaban que los pueblos cananeos eran mercaderes acostumbrados al engaño para conseguir riquezas. Por eso afirmaban que IsraEl (el que lucha con[tra] El) debía aniquilar a los demás pueblos vecinos. Sus profetas decían:
Todo el pueblo mercader [‘cananeo’] es destruido; talados son todos los que traían dinero. Sofonías 1:11.
Y, refiriéndose al Juicio Final:
Y en aquel día no habrá más negociantes [kenajaní: ‘cananeos’] en la casa del Dios de los Ejércitos. Zacarías 14.21.
Referencias
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domingo, 1 de mayo de 2011
Ur
Ur
Ur fue una antigua ciudad del sur de Mesopotamia. Originalmente, estaba localizada cerca de Eridu y de la desembocadura del río Éufrates en el Golfo Pérsico. Hoy en día, sus ruinas se encuentran a 24 km al suroeste de Nasiriya, en el actual Irak.
Los restos de Ur forman una colina de ruinas de 12 m de altitud en mitad del desierto de Iraq, a unos 24 km al suroeste de Nasiriya. Las ruinas eran llamadas por los habitantes locales Tell al-Muqayyar (montículo de brea).
La primera investigación en la zona fue llevada a cabo por el cónsul británico en Basora J. E. Taylor en 1854 por sugerencia del Museo Británico. Ya entonces se encontraron tablillas que indicaban que los restos pertenecían a la Ur bíblica; sin embargo, esto no fue suficiente para que se realizasen investigaciones de importancia y poco después se abandonó el lugar, produciéndose saqueos. Miles de tablillas cuneiformes terminaron en los mercados de Bagdad y, desde allí, en colecciones privadas.
Tras la Primera Guerra Mundial, Irak pasó a formar parte del Imperio británico. Esta situación fue aprovechada por el Museo Británico, que consiguió establecer excavaciones en Ur, Eridu y El Obeid entre 1918 y 1919. En 1920, arqueólogos de la Universidad de Pensilvania al mando de Leonard Woolley tomaron el relevo de los ingleses. En las excavaciones, que duraron hasta 1934, se encontraron numerosos objetos de valor, entre el que destacó el contenido de las llamadas Tumbas Reales.
En la década de 1970 el gobierno de Saddam Hussein emprendió la restauración del zigurat de Ur-Nammu, que se convirtió en uno de los monumentos más importantes de Irak.
Historia
Los primeros restos de Ur pertenecen al período de El Obeid (V milenio a. C.), en el cual se produjeron los primeros asentamientos urbanos en la zona. Ur es, por tanto, una de las ciudades más antiguas de Sumeria.
Durante el IV milenio a. C. (período de Uruk) la gran cantidad de cerámica encontrada parece indicar que Ur pudo haber sido un centro importante de producción. Esta situación se prolongó hasta el período Yemdet-Nasr, hacia el 3000 a. C. En algún momento del milenio siguiente se produjo una inundación de carácter local que dejó una importante capa de lodo en los estratos.
Período Dinástico Arcaico
La información de las capas pertenecientes al período Dinástico Arcaico es reducida, ya que unos 500 años después se derribó gran parte de las antiguas estructuras para construir otras más monumentales. Sin embargo, la historia de la ciudad puede reconstruirse en base a inscripciones en otras ciudades.
En algunos textos de Lagash, ciertos monarcas de esa ciudad se atribuyen haber conquistado Ur, si bien no indican los nombres de los reyes derrotados. Tampoco en la lista Real Sumeria se menciona a esos conquistadores, si no que hace referencia a una cesión de la realeza desde Uruk, al monarca de Ur, Mesannepada. En los sellos de este rey se encuentra que se titulaba "rey de Kish", título que podría hacer referencia no tanto a la ciudad acadia como a todo el territorio de la Mesopotamia central, lo cual podría estar apoyado por el uso que, posteriormente, Sargón de Acad dio a este título. Esto indicaría una posible hegemonía de Ur en la zona a mediados del Dinástico Arcaico, lo cual estaría respaldado por algunos restos, que muestran el incendio de la ciudad de Shuruppak y la destrucción del palacio de Kish.
Se conocen algunos datos de la familia de Mesanepada. Así, una tablilla de fundación encontrada en un templo cerca de tell Obeid nombra a un tal Aanepada, hijo de Mesannepada. El hijo de Aanepada se llamaba Meskiaga-nuna, y fue él quien sucedió a su abuelo en el trono. De este rey se conoce su existencia por una tablilla que le dedicó su esposa a su muerte. La lista real Sumeria menciona a estos dos reyes y a dos más, en la que denomina dinastía I de Ur. De estos dos últimos reyes destaca que sus nombres no son sumerios sino acadios.
Los nombres de los monarcas de la dinastía II de Ur aparecen muy deteriorados en la lista Real; sin embargo, se conocen bien los acontecimientos de este período, marcado por la rivalidad entre las distintas ciudades. Hacia el siglo XXIV a. C. el rey de Umma Lugalzagesi conquista las ciudades del sur de Mesopotamia, incluida Ur, formando una hegemonía local y declarándose rey de Kish, al igual que habían hecho los monarcas de la dinastía I de Ur.
Imperio acadio
El dominio de Lugalzagesi no duró mucho ya que hacia el 2335 a. C. Sargón de Acad fundó Agadé y comenzó sus conquistas, venciendo primero a Lugalzagesi y después a todas las ciudades sumerias, incluida Ur, a la que derribó sus murallas. Tras esto Ur y las demás ciudades sumerias quedaron incorporadas en el Imperio acadio. Tras la muerte de Sargón todas ellas se sublevaron, siendo reprimidas por su sucesor.
Durante el reinado del nieto de Sargón, Naram-Sin, la ciudad seguía formando parte del Imperio acadio, si bien se produjeron rebeliones. A esta época pertenece un texto escrito por Enheduanna, una sacerdotisa en y escriba en el templo de Nannar en Ur. La historia narra en primera persona el sufrimiento de la sacerdotisa que ha sido expulsada de Ur por el lugal local, Lugal-ane. La historicidad de los personajes parece estar demostrada; en el caso de Lugal-ane, por inscripciones en las que Naram-Sin le nombra como uno de los cabecillas de las revueltas de las ciudades del sur y, en el caso de Enheduanna, por un relieve en la que se le dibuja sentada junto al dios Nannar.
Los motivos de la expulsión de Enheduanna no están claros; el texto la menciona como hija de Sargón, lo cual podría indicar una filiación simbólica más que una relación familiar. De hecho, según su sello, fue nombrada sacerdotisa por el conquistador acadio. Así, es posible que esta designación hubiese incomodado al lugal de Ur, siendo éste el motivo de la expulsión.
La historia es representada como un conflicto entre el dios Nannar, que representa a Ur, e Innana, que representa a Agadé y al poder imperial; el árbitro del conflicto es el dios del cielo An de Uruk. Según la historia, An falla en favor de Inanna y Enheduanna recupera su posición. No se conoce cuál fue la historia real que inspiró esta alegoría, si bien se sabe que las revueltas de Ur y las demás ciudades fueron sofocadas por Naram-Sin.
A finales del siglo, durante el reinado de Sharkalisharri, hijo de Naram-Sin, el imperio se vio superado por las numerosas revueltas y los ataques de los pueblos vecinos. Así consiguió su independencia Ur.
La dinastía III de Ur
Pocos años después de la caída del imperio, el norte fue invadido por los nómadas gutis, si bien parece que no llegaron a afectar al área del sur, donde se encontraba Ur. En esta etapa destacó la ciudad de Lagash que según parece mantuvo algún tipo de dominio sobre Ur.
Hacia el siglo XXII a. C., Utu-hegal de Uruk expulsó a los gutis del norte consiguiendo la hegemonía en Sumeria. A su muerte fue su hermano Ur-Nammu, que posiblemente gobernaba hasta entonces en Ur, quien le sucedió en su imperio. En todo caso, el nuevo rey escogió a Ur como capital de su reino, fundando la que se ha llamado dinastía III de Ur o Ur III, que durante casi un siglo mantuvo la hegemonía sobre un territorio que abarcaba la totalidad de la cuenca mesopotámica y Elam.
En esta situación la ciudad de Ur quedó convertida en una gran capital. Es en este período cuando se destruyeron los anteriores edificios y se levantaron los que se pueden contemplar aun actualmente. Entre estas construcciones destaca el enorme zigurat de Ur, construido durante los reinados de Ur-Nammu (2113 - 2094 a. C.) y su sucesor Shulgi (2094 - 2047 a. C.) y que aún se mantiene en pie, tras su restauración parcial en los años 70. No se conoce la altura que llegó a alcanzar ya que, si bien las ruinas actuales miden 15 metros, a lo largo de 4.000 años la edificación ha debido sufrir una gran erosión. También en esta etapa se construyó el Gipar, un templo consagrado a Ningal. La tercera dinastía de Ur se caracterizó también por desarrollar un sistema de impuestos que, si bien resultaba eficaz, suponía una carga muy pesada para las clases populares.
La caída de la hegemonía de Ur estuvo marcada por la llegada de oleadas de nómadas procedentes de las regiones desérticas occidentales: los amorreos. Los recién llegados se fueron estableciendo en el curso medio del Éufrates, en la zona de Babilonia, consiguiendo cada vez más influencia. Tras la pérdida de las regiones periféricas del imperio, Shu-Sin (2037 - 2027 a. C.) dirigió la construcción de una muralla de 270 km con el objetivo de frenar a los nómadas. Su sucesor Ibbi-Sin (2026 - 2004 a. C.) tuvo que enfrentar además los intentos de independencia de las demás ciudades. En esta situación, un antiguo gobernante de Mari e influyente funcionario llamado Ishbi-Erra se asoció a los distintos enemigos de Ur dándole el golpe final, causando la disolución del imperio. Tras esto, Ishbi-Erra fundó una dinastía en Isin.
Hacia finales del siglo XXI a. C. los elamitas, dirigidos por el rey de Simash y que hasta entonces habían estado sometidos a Ur, ocuparon la ciudad, que fue arrasada. Los templos fueron saqueados y las viviendas destruidas, su monarca Ibbi-Sin fue hecho prisionero y llevado a Elam, y los campos fueron incendiados. Tras el saqueo, la ciudad cayó bajo la influencia de Ishbi-Erra.
En este contexto se desarrollan las llamadas Lamentaciones de Ur, un texto sumerio en el cual se atribuye la caída de Ur a la pérdida del favor de los dioses, tras lo cual se narran una serie de proyectos y deseos para que la ciudad recupere su estado anterior. Las lamentaciones se han interpretado como un texto de carácter político donde, tras la caída en desgracia de la ciudad, Ishbi-Erra, el nuevo gobernante, procederá a su reconstrucción con el beneplácito de los dioses.
Después de la dinastía III
En los años siguientes, el dominio de Ur y el del resto de la región se alternó entre Isín y Larsa. Tras las conquistas de Hammurabi, durante el Imperio paleobabilónico (siglos XVIII y XVII a. C.), la ciudad jugó un papel muy importante como centro de culto. Mil años después, Nabucodonosor II llevó a cabo una ambiciosa reconstrucción de los templos de Ur, que aún era un importante centro urbano. El declive de la ciudad sólo se produjo tras el final de los reinos mesopotámicos, con la conquista de la región por parte del Imperio persa.
Arquitectura
Debido a su tamaño, el montículo formado por las ruinas de Ur destacó durante siglos después de su abandono. Entre las edificaciones de las que quedan restos destacan el Gipar y el zigurat, construidos durante los primeros reinados de la dinastía III. No se conservan los templos del Imperio acadio, ya que fueron destruidos al construir los templos posteriores. Del período Dinástico Arcaico sólo se conservan algunos restos en los que se aprecia una edificación a base de ladrillos plano convexos.
Los dos edificios religiosos que se conservan estaban situados en un segmento de la ciudad rodeado por una muralla de 8 metros, cuya pared exterior estaba inclinada 45º. La sección noroeste de este recinto sagrado estaba dedicado al dios Nannar.
El zigurat de Ur-Nammu, cuyo nombre en sumerio era é-temen-ní-gùr-ru (casa de cimientos revestidos de terror) fue construido durante la primera mitad del siglo XXI a. C. y estaba rodeado por su propia muralla. La estructura aún se conserva y fue parcialmente reparada a finales de los años 70. Tiene planta rectangular de 61×45,7 metros y 15 metros de altura, si bien es probable que en su época tuviese bastante más metros de altura, perdidos debido a la erosión. El interior del zigurat no es hueco, si no que está completamente formado por ladrillos de barro. Las paredes exteriores están recubiertas por una capa de 2,4 metros de grosos de ladrillo cocido y betún y cada una de ellas está orientada a un punto cardinal. Es posible que en la cima albergase un templo. El acceso a las plantas superiores se realizaba a través de tres escaleras exteriores.
El Gippar era un recinto sagrado consagrado a Ningal situado en el sureste del recinto. Si bien fue remodelado por completo durante la dinastía III de Ur, es muy posible que su construcción se remontase al período Dinástico Arcaico. El interior del edificio estaba dividido en dos partes por un pasillo y contenía numerosas habitaciones que se situaban alrededor de patios. El Gippar funcionaba como residencia de la sacerdotisa en y su séquito. Además, la diosa Ningal tenía varias habitaciones reservadas a su uso.
En cuanto a la arquitectura residencial, la vivienda del Ur del II milenio a. C. estaba organizada en torno a un espacio central y generalmente tenía dos plantas. El espacio central ha sido interpretado en ocasiones como un patio, si bien es probable que se encontrase cubierto. En la ciudad se ha encontrado otro tipo de edificaciones de peor calidad, formadas simplemente como un agrupamiento en línea de unas pocas habitaciones. Se ha especulado sobre la posibilidad de que se tratase de comercios o talleres, si bien también es posible que fuese un tipo más humilde de vivienda.
Las tumbas reales de Ur
Uno de los hallazgos más sorprendentes de la expedición de Leonard Wooley en Ur fue una serie de 16 sepulturas a las que se denominó las Tumbas Reales de Ur. Pertenecían al período Dinástico Arcaico y estaban construidas por paredes de ladrillo o piedra coronadas por una bóveda. Se encontraban en un cementerio mayor, destinado a todo tipo de personas y que contenía más de 2.500 tumbas. Cada una de las tumbas reales contenía un cuerpo principal y un cierto número de acompañantes, así como numerosas riquezas.
De todas las sepulturas, destacaba la de una reina identificada gracias a su sello cilíndrico como Puabi. En su interior, además de la reina, se encontraban los cuerpos de cinco hombres armados y diez mujeres acompañadas por la magnífica Arpa de Ur rematada por la cabeza de un toro en oro. La cámara contenía incluso un carro y los esqueletos de dos bueyes. El cuerpo de la reina estaba envuelto en joyas y mantos con incrustaciones. Sobre la cabeza llevaba un tocado a base de hojas y una peineta rematada por estrellas de cinco puntas. Cerca de su mano tenía una copa de oro. Debajo de un baúl había un pasadizo que comunicaba con otra cámara funeraria; en ella se encontraba el rey A-kalam-dug de Ur, cuya tumba había sido parcialmente saqueada.
Otra de las tumbas reales pertenecía al lugal Meskalamdug. En otra de las fosas, cuyo dueño no se conoce, se encontraron 74 cuerpos, la mayoría de mujeres, lujosamente ataviados. Es en esta última tumba donde se encontró el Estandarte de Ur, una de las piezas más célebres de las halladas en Ur. El estandarte, está dividido en distintas franjas que contienen escenas cotidianas y de guerra, en la que destaca la representación de carros de guerra.
Se ha interpretado de diferentes formas el hecho de que las tumbas reales contuviesen cuerpos de sus sirvientes; para algunos autores, se trataba de enterramientos rituales, en los que el monarca era acompañado por éstos hacia el más allá. Sin embargo esto no ha sido demostrado y también se han barajado otras opciones, como que la tumba real fuese escogida por las élites como lugar ilustre de enterramiento, siendo sus cuerpos desplazados allí una vez construida.
Referencias
1. Leick, Gwendolyn (2002). «Ur». Mesopotamia: la invención de la ciudad. Barcelona: Rubí.
2. Margueron, Jean-Claude (2002). «La época del Dinástico Arcaico». Los mesopotámicos. Fuenlabrada: Cátedra.
3. Zgoll, Annette (1997). Ugarit-Verlag. ed. Der Rechtsfall der en-ḫedu-ana im Lied NIN-ME-ŠARA. pp. 45.
4. Margueron, Jean-Claude (2002). «La casa del hombre». Los mesopotámicos. Fuenlabrada: Cátedra. ISBN 84-376-1477-5.
Ur fue una antigua ciudad del sur de Mesopotamia. Originalmente, estaba localizada cerca de Eridu y de la desembocadura del río Éufrates en el Golfo Pérsico. Hoy en día, sus ruinas se encuentran a 24 km al suroeste de Nasiriya, en el actual Irak.
Los restos de Ur forman una colina de ruinas de 12 m de altitud en mitad del desierto de Iraq, a unos 24 km al suroeste de Nasiriya. Las ruinas eran llamadas por los habitantes locales Tell al-Muqayyar (montículo de brea).
La primera investigación en la zona fue llevada a cabo por el cónsul británico en Basora J. E. Taylor en 1854 por sugerencia del Museo Británico. Ya entonces se encontraron tablillas que indicaban que los restos pertenecían a la Ur bíblica; sin embargo, esto no fue suficiente para que se realizasen investigaciones de importancia y poco después se abandonó el lugar, produciéndose saqueos. Miles de tablillas cuneiformes terminaron en los mercados de Bagdad y, desde allí, en colecciones privadas.
Tras la Primera Guerra Mundial, Irak pasó a formar parte del Imperio británico. Esta situación fue aprovechada por el Museo Británico, que consiguió establecer excavaciones en Ur, Eridu y El Obeid entre 1918 y 1919. En 1920, arqueólogos de la Universidad de Pensilvania al mando de Leonard Woolley tomaron el relevo de los ingleses. En las excavaciones, que duraron hasta 1934, se encontraron numerosos objetos de valor, entre el que destacó el contenido de las llamadas Tumbas Reales.
En la década de 1970 el gobierno de Saddam Hussein emprendió la restauración del zigurat de Ur-Nammu, que se convirtió en uno de los monumentos más importantes de Irak.
Historia
Los primeros restos de Ur pertenecen al período de El Obeid (V milenio a. C.), en el cual se produjeron los primeros asentamientos urbanos en la zona. Ur es, por tanto, una de las ciudades más antiguas de Sumeria.
Durante el IV milenio a. C. (período de Uruk) la gran cantidad de cerámica encontrada parece indicar que Ur pudo haber sido un centro importante de producción. Esta situación se prolongó hasta el período Yemdet-Nasr, hacia el 3000 a. C. En algún momento del milenio siguiente se produjo una inundación de carácter local que dejó una importante capa de lodo en los estratos.
Período Dinástico Arcaico
La información de las capas pertenecientes al período Dinástico Arcaico es reducida, ya que unos 500 años después se derribó gran parte de las antiguas estructuras para construir otras más monumentales. Sin embargo, la historia de la ciudad puede reconstruirse en base a inscripciones en otras ciudades.
En algunos textos de Lagash, ciertos monarcas de esa ciudad se atribuyen haber conquistado Ur, si bien no indican los nombres de los reyes derrotados. Tampoco en la lista Real Sumeria se menciona a esos conquistadores, si no que hace referencia a una cesión de la realeza desde Uruk, al monarca de Ur, Mesannepada. En los sellos de este rey se encuentra que se titulaba "rey de Kish", título que podría hacer referencia no tanto a la ciudad acadia como a todo el territorio de la Mesopotamia central, lo cual podría estar apoyado por el uso que, posteriormente, Sargón de Acad dio a este título. Esto indicaría una posible hegemonía de Ur en la zona a mediados del Dinástico Arcaico, lo cual estaría respaldado por algunos restos, que muestran el incendio de la ciudad de Shuruppak y la destrucción del palacio de Kish.
Se conocen algunos datos de la familia de Mesanepada. Así, una tablilla de fundación encontrada en un templo cerca de tell Obeid nombra a un tal Aanepada, hijo de Mesannepada. El hijo de Aanepada se llamaba Meskiaga-nuna, y fue él quien sucedió a su abuelo en el trono. De este rey se conoce su existencia por una tablilla que le dedicó su esposa a su muerte. La lista real Sumeria menciona a estos dos reyes y a dos más, en la que denomina dinastía I de Ur. De estos dos últimos reyes destaca que sus nombres no son sumerios sino acadios.
Los nombres de los monarcas de la dinastía II de Ur aparecen muy deteriorados en la lista Real; sin embargo, se conocen bien los acontecimientos de este período, marcado por la rivalidad entre las distintas ciudades. Hacia el siglo XXIV a. C. el rey de Umma Lugalzagesi conquista las ciudades del sur de Mesopotamia, incluida Ur, formando una hegemonía local y declarándose rey de Kish, al igual que habían hecho los monarcas de la dinastía I de Ur.
Imperio acadio
El dominio de Lugalzagesi no duró mucho ya que hacia el 2335 a. C. Sargón de Acad fundó Agadé y comenzó sus conquistas, venciendo primero a Lugalzagesi y después a todas las ciudades sumerias, incluida Ur, a la que derribó sus murallas. Tras esto Ur y las demás ciudades sumerias quedaron incorporadas en el Imperio acadio. Tras la muerte de Sargón todas ellas se sublevaron, siendo reprimidas por su sucesor.
Durante el reinado del nieto de Sargón, Naram-Sin, la ciudad seguía formando parte del Imperio acadio, si bien se produjeron rebeliones. A esta época pertenece un texto escrito por Enheduanna, una sacerdotisa en y escriba en el templo de Nannar en Ur. La historia narra en primera persona el sufrimiento de la sacerdotisa que ha sido expulsada de Ur por el lugal local, Lugal-ane. La historicidad de los personajes parece estar demostrada; en el caso de Lugal-ane, por inscripciones en las que Naram-Sin le nombra como uno de los cabecillas de las revueltas de las ciudades del sur y, en el caso de Enheduanna, por un relieve en la que se le dibuja sentada junto al dios Nannar.
Los motivos de la expulsión de Enheduanna no están claros; el texto la menciona como hija de Sargón, lo cual podría indicar una filiación simbólica más que una relación familiar. De hecho, según su sello, fue nombrada sacerdotisa por el conquistador acadio. Así, es posible que esta designación hubiese incomodado al lugal de Ur, siendo éste el motivo de la expulsión.
La historia es representada como un conflicto entre el dios Nannar, que representa a Ur, e Innana, que representa a Agadé y al poder imperial; el árbitro del conflicto es el dios del cielo An de Uruk. Según la historia, An falla en favor de Inanna y Enheduanna recupera su posición. No se conoce cuál fue la historia real que inspiró esta alegoría, si bien se sabe que las revueltas de Ur y las demás ciudades fueron sofocadas por Naram-Sin.
A finales del siglo, durante el reinado de Sharkalisharri, hijo de Naram-Sin, el imperio se vio superado por las numerosas revueltas y los ataques de los pueblos vecinos. Así consiguió su independencia Ur.
La dinastía III de Ur
Pocos años después de la caída del imperio, el norte fue invadido por los nómadas gutis, si bien parece que no llegaron a afectar al área del sur, donde se encontraba Ur. En esta etapa destacó la ciudad de Lagash que según parece mantuvo algún tipo de dominio sobre Ur.
Hacia el siglo XXII a. C., Utu-hegal de Uruk expulsó a los gutis del norte consiguiendo la hegemonía en Sumeria. A su muerte fue su hermano Ur-Nammu, que posiblemente gobernaba hasta entonces en Ur, quien le sucedió en su imperio. En todo caso, el nuevo rey escogió a Ur como capital de su reino, fundando la que se ha llamado dinastía III de Ur o Ur III, que durante casi un siglo mantuvo la hegemonía sobre un territorio que abarcaba la totalidad de la cuenca mesopotámica y Elam.
En esta situación la ciudad de Ur quedó convertida en una gran capital. Es en este período cuando se destruyeron los anteriores edificios y se levantaron los que se pueden contemplar aun actualmente. Entre estas construcciones destaca el enorme zigurat de Ur, construido durante los reinados de Ur-Nammu (2113 - 2094 a. C.) y su sucesor Shulgi (2094 - 2047 a. C.) y que aún se mantiene en pie, tras su restauración parcial en los años 70. No se conoce la altura que llegó a alcanzar ya que, si bien las ruinas actuales miden 15 metros, a lo largo de 4.000 años la edificación ha debido sufrir una gran erosión. También en esta etapa se construyó el Gipar, un templo consagrado a Ningal. La tercera dinastía de Ur se caracterizó también por desarrollar un sistema de impuestos que, si bien resultaba eficaz, suponía una carga muy pesada para las clases populares.
La caída de la hegemonía de Ur estuvo marcada por la llegada de oleadas de nómadas procedentes de las regiones desérticas occidentales: los amorreos. Los recién llegados se fueron estableciendo en el curso medio del Éufrates, en la zona de Babilonia, consiguiendo cada vez más influencia. Tras la pérdida de las regiones periféricas del imperio, Shu-Sin (2037 - 2027 a. C.) dirigió la construcción de una muralla de 270 km con el objetivo de frenar a los nómadas. Su sucesor Ibbi-Sin (2026 - 2004 a. C.) tuvo que enfrentar además los intentos de independencia de las demás ciudades. En esta situación, un antiguo gobernante de Mari e influyente funcionario llamado Ishbi-Erra se asoció a los distintos enemigos de Ur dándole el golpe final, causando la disolución del imperio. Tras esto, Ishbi-Erra fundó una dinastía en Isin.
Hacia finales del siglo XXI a. C. los elamitas, dirigidos por el rey de Simash y que hasta entonces habían estado sometidos a Ur, ocuparon la ciudad, que fue arrasada. Los templos fueron saqueados y las viviendas destruidas, su monarca Ibbi-Sin fue hecho prisionero y llevado a Elam, y los campos fueron incendiados. Tras el saqueo, la ciudad cayó bajo la influencia de Ishbi-Erra.
En este contexto se desarrollan las llamadas Lamentaciones de Ur, un texto sumerio en el cual se atribuye la caída de Ur a la pérdida del favor de los dioses, tras lo cual se narran una serie de proyectos y deseos para que la ciudad recupere su estado anterior. Las lamentaciones se han interpretado como un texto de carácter político donde, tras la caída en desgracia de la ciudad, Ishbi-Erra, el nuevo gobernante, procederá a su reconstrucción con el beneplácito de los dioses.
Después de la dinastía III
En los años siguientes, el dominio de Ur y el del resto de la región se alternó entre Isín y Larsa. Tras las conquistas de Hammurabi, durante el Imperio paleobabilónico (siglos XVIII y XVII a. C.), la ciudad jugó un papel muy importante como centro de culto. Mil años después, Nabucodonosor II llevó a cabo una ambiciosa reconstrucción de los templos de Ur, que aún era un importante centro urbano. El declive de la ciudad sólo se produjo tras el final de los reinos mesopotámicos, con la conquista de la región por parte del Imperio persa.
Arquitectura
Debido a su tamaño, el montículo formado por las ruinas de Ur destacó durante siglos después de su abandono. Entre las edificaciones de las que quedan restos destacan el Gipar y el zigurat, construidos durante los primeros reinados de la dinastía III. No se conservan los templos del Imperio acadio, ya que fueron destruidos al construir los templos posteriores. Del período Dinástico Arcaico sólo se conservan algunos restos en los que se aprecia una edificación a base de ladrillos plano convexos.
Los dos edificios religiosos que se conservan estaban situados en un segmento de la ciudad rodeado por una muralla de 8 metros, cuya pared exterior estaba inclinada 45º. La sección noroeste de este recinto sagrado estaba dedicado al dios Nannar.
El zigurat de Ur-Nammu, cuyo nombre en sumerio era é-temen-ní-gùr-ru (casa de cimientos revestidos de terror) fue construido durante la primera mitad del siglo XXI a. C. y estaba rodeado por su propia muralla. La estructura aún se conserva y fue parcialmente reparada a finales de los años 70. Tiene planta rectangular de 61×45,7 metros y 15 metros de altura, si bien es probable que en su época tuviese bastante más metros de altura, perdidos debido a la erosión. El interior del zigurat no es hueco, si no que está completamente formado por ladrillos de barro. Las paredes exteriores están recubiertas por una capa de 2,4 metros de grosos de ladrillo cocido y betún y cada una de ellas está orientada a un punto cardinal. Es posible que en la cima albergase un templo. El acceso a las plantas superiores se realizaba a través de tres escaleras exteriores.
El Gippar era un recinto sagrado consagrado a Ningal situado en el sureste del recinto. Si bien fue remodelado por completo durante la dinastía III de Ur, es muy posible que su construcción se remontase al período Dinástico Arcaico. El interior del edificio estaba dividido en dos partes por un pasillo y contenía numerosas habitaciones que se situaban alrededor de patios. El Gippar funcionaba como residencia de la sacerdotisa en y su séquito. Además, la diosa Ningal tenía varias habitaciones reservadas a su uso.
En cuanto a la arquitectura residencial, la vivienda del Ur del II milenio a. C. estaba organizada en torno a un espacio central y generalmente tenía dos plantas. El espacio central ha sido interpretado en ocasiones como un patio, si bien es probable que se encontrase cubierto. En la ciudad se ha encontrado otro tipo de edificaciones de peor calidad, formadas simplemente como un agrupamiento en línea de unas pocas habitaciones. Se ha especulado sobre la posibilidad de que se tratase de comercios o talleres, si bien también es posible que fuese un tipo más humilde de vivienda.
Las tumbas reales de Ur
Uno de los hallazgos más sorprendentes de la expedición de Leonard Wooley en Ur fue una serie de 16 sepulturas a las que se denominó las Tumbas Reales de Ur. Pertenecían al período Dinástico Arcaico y estaban construidas por paredes de ladrillo o piedra coronadas por una bóveda. Se encontraban en un cementerio mayor, destinado a todo tipo de personas y que contenía más de 2.500 tumbas. Cada una de las tumbas reales contenía un cuerpo principal y un cierto número de acompañantes, así como numerosas riquezas.
De todas las sepulturas, destacaba la de una reina identificada gracias a su sello cilíndrico como Puabi. En su interior, además de la reina, se encontraban los cuerpos de cinco hombres armados y diez mujeres acompañadas por la magnífica Arpa de Ur rematada por la cabeza de un toro en oro. La cámara contenía incluso un carro y los esqueletos de dos bueyes. El cuerpo de la reina estaba envuelto en joyas y mantos con incrustaciones. Sobre la cabeza llevaba un tocado a base de hojas y una peineta rematada por estrellas de cinco puntas. Cerca de su mano tenía una copa de oro. Debajo de un baúl había un pasadizo que comunicaba con otra cámara funeraria; en ella se encontraba el rey A-kalam-dug de Ur, cuya tumba había sido parcialmente saqueada.
Otra de las tumbas reales pertenecía al lugal Meskalamdug. En otra de las fosas, cuyo dueño no se conoce, se encontraron 74 cuerpos, la mayoría de mujeres, lujosamente ataviados. Es en esta última tumba donde se encontró el Estandarte de Ur, una de las piezas más célebres de las halladas en Ur. El estandarte, está dividido en distintas franjas que contienen escenas cotidianas y de guerra, en la que destaca la representación de carros de guerra.
Se ha interpretado de diferentes formas el hecho de que las tumbas reales contuviesen cuerpos de sus sirvientes; para algunos autores, se trataba de enterramientos rituales, en los que el monarca era acompañado por éstos hacia el más allá. Sin embargo esto no ha sido demostrado y también se han barajado otras opciones, como que la tumba real fuese escogida por las élites como lugar ilustre de enterramiento, siendo sus cuerpos desplazados allí una vez construida.
Referencias
1. Leick, Gwendolyn (2002). «Ur». Mesopotamia: la invención de la ciudad. Barcelona: Rubí.
2. Margueron, Jean-Claude (2002). «La época del Dinástico Arcaico». Los mesopotámicos. Fuenlabrada: Cátedra.
3. Zgoll, Annette (1997). Ugarit-Verlag. ed. Der Rechtsfall der en-ḫedu-ana im Lied NIN-ME-ŠARA. pp. 45.
4. Margueron, Jean-Claude (2002). «La casa del hombre». Los mesopotámicos. Fuenlabrada: Cátedra. ISBN 84-376-1477-5.
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